domingo, 22 de mayo de 2011

trahumaras

Tarahumara


Tarahumara también es como se conoce en castellano a la lengua de este pueblo


La denominación "tarahumara" es la castellanización de la citada palabra rarámuri, que debe pronunciarse con una r suave al principio, inexistente en castellano. Cuando el jesuita español Juan Fonte redactó su informe anual en 1605 tras fundar Balleza para los tepehuanes, optó por escribir 'tarahumares' (al describir sus ataques contra los tepehuanes) en vez de 'rarahumares' (una versión rarámuri local), ya que en este último caso se deformaría la pronunciación original, sin r fuerte. Según el historiador Luis Alberto González Rodríguez, rarámuri etimológicamente significa "planta corredora" y en un sentido más amplio quiere decir 'los de los pies ligeros', haciendo alusión a la más antigua tradición de ellos: correr.

Demografía

Los tarahumaras ocupan una cuarta parte del territorio en el suroeste del estado de Chihuahua (65 mil km²) en una de las partes más altas de la Sierra Madre Occidental, conocida también como Sierra Tarahumara, la cual alcanza entre los 1,500 y 2,400 m sobre el nivel del mar.


Dentro de los cuatro grupos de indígenas que están asentados en la sierra, los tarahumaras suman alrededor de 50,000. El 90% de la población rarámuri se concentra principalmente en los municipios de Bocoyna, Urique, Guachochi, Batopilas, Carichí, Balleza, Guadalupe, Calvo y Nonoava.

Historia
Es posible que los antepasados de los indígenas tarahumaras hayan llegado de Asia, atravesando el estrecho de Bering, hace aproximadamente unos veinte mil años, pero los vestigios humanos más antiguos que se han encontrado en la sierra son las famosas puntas clovis (armas típicas de los cazadores de la megafauna del Pleistoceno) con una antigüedad de casi 15,000 años, lo que nos permite datar la presencia de los primeros pobladores de la Sierra Tarahumara.

La economía de los primeros grupos étnicos tarahumaras se basaba en la agricultura, la caza y la recolección. Cultivaban maíz, calabaza, chile y algodón. Cada grupo tenía su dialecto de la lengua tarahumara y sus gobernantes, quienes se encargaban de proteger el territorio contra las etnias vecinas y garantizar el orden interno de la tribu.
Eran belicosos y politeístas. Creían en la vida después de la muerte y en la existencia de seres benévolos y malévolos. Entre los benévolos consideraban al sol, la luna, el médico, las serpientes y las piedras, que provocaban las lluvias y controlaban los animales que cazaban. Entre los malévolos estaban los señores del inframundo que causaban la muerte y los desastres naturales. Sus rituales comunales eran parte esencial de su cultura. Adoraban el sol y la luna, celebraban victorias bélicas, la caza de animales y la cosecha agrícola.
No fue hasta 1606 cuando los misioneros jesuitas tuvieron el primer contacto con los indígenas de la sierra. Según las referencias históricas de la época colonial, la conquista y la evangelización inició con los “chínipas”, muy relacionados con los guarijíos, etnia considerada como la más fiera de la región en esos tiempos. Cuando llegaron permanentemente los religiosos a su pueblo en 1632, su presencia provocó un levantamiento entre los pueblos indígenas, quienes estaban descontentos con la labor evangelizadora. Esta protesta la comandó el jefe “Combameai”. La primera revuelta terminó con la muerte de dos religiosos, lo que originó una fuerte represión por parte del gobierno de la Nueva España. Fue entonces cuando muchos guarijíos huyeron y se internaron en las barrancas de lo que hoy es el estado de Chihuahua.
Encima de eso, fue en los siglos XVII y XVIII cuando diversos grupos de agricultores y comerciantes novohispanos invadieron esta región despojando de gran parte de la tierra a los indígenas, intercambiándoselas por productos como jabón, sal, mantas y otras baratijas; algunos indígenas fueron obligados a trabajar con ellos como peones pagándoles muy poco. En cambio, otros emigraron hacia las partes más recónditas de la sierra para protegerse y evadir el trabajo forzado en haciendas y minas.
Es ahí en lo más abrupto de la sierra donde se asentaron las misiones jesuitas que, sin mucha controversia, muchas veces sirvieron de refugio a los abusos cometidos contra los indígenas. La expulsión de la orden de los confines del Imperio español significó un retorno de los tarahumaras a la vida seminómada que llevaban. Por otra parte este acontecimiento les dejó completamente aislados en los altos de la Sierra. Eso les ayudó a conservar su cultura y a desarrollar un singular sincretismo religioso que todavía existe y es único en México por su mezcla de catolicismo y chamanismo.
En el año de 1856, mediante la ley de la desamortización de los bienes eclesiásticos, los mestizos de la zona ocuparon las tierras pertenecientes a los pueblos de misión habitadas por tarahumaras, quienes se vieron obligados a abandonarlas. Pero no sería hasta 1876 que se rebelarían, cuando fueron obligados a partir de las pocas tierras que les quedaban, pero esta vez serían respaldados por el gobierno del estado que abogó por ellos. Se registraron otros dos levantamientos: uno en Agua amarilla en 1895 y otro en Chinatú en 1898.

Sociedad

El inhóspito medio donde habitan los tarahumaras impone la existencia de familias pequeñas -sus parcelas difícilmente pueden mantener a más de cuatro o cinco miembros de la familia, en la que el “imberbe”, a los 14 años de edad, es considerado ya un adulto por el resto del grupo-. Así, el hogar tarahumara -la unidad más persistente y definida en su vida-, responde a las modalidades originales de su psicología y, al asegurar las bases económicas del matrimonio, cumple con una vital función social, impidiendo uniones permanentes entre tarados físicos o mentales, o entre faltos de carácter o de sentido de responsabilidad.
Estructura familiar

El padre utiliza un término diferente para referirse a su hijo (Nolá) y su hija (Malá), pero la madre emplea un mismo nombre para todos sus hijos (Dánala). Por su parte, aunque tanto los hijos como las hijas tienen un término diferente para designar al padre, ambos usan el mismo para la madre. (Bennett y Zing)
A los hijos nunca les regañan, y desde muy pequeños les dejan la responsabilidad del cuidado de algunos animales o tierras y sobre todo de decidir por ellos mismos.
La joven tarahumara nunca expone su cuerpo después de los 6 años de edad; aun casada, no se quita la ropa frente al marido e incluso hace el amor vestida. La reserva frente a las experiencias sexuales se rompe en las “tesgüinadas”, donde el joven puede entablar comunicación y contacto con la chica y es una forma aceptada de iniciación libre.
En la vejez, el tarahumara vive en una casa separada, a donde sus hijos le llevan presentes de comida y ropa; cuando muere, se le incinera en alguna cueva o en un cementerio (si es que está bautizado) y se hacen complicadas ceremonias para que su alma viaje sin tropiezo.
En la filosofía rarámuri es primordial el respeto a la persona, por lo que los visitantes o turistas deberán también ser respetuosos con ellos y sus tradiciones, como ellos lo son con toda la gente. Valoran más a las personas que a las cosas.
Los habitantes, mestizos e indígenas de la comunidad tarahumara conviven en un medio social que no favorece a los rarámuri, debido al despojo de casas y hogares amenazados. Esta situación adquiere dimensiones adicionales por la carencia de una adecuada infraestructura para los servicios de salud y educación, en la proliferación de enfermedades y desnutrición infantil, en las muy limitadas alternativas para fortalecer la economía doméstica, en la escasa disponibilidad de electricidad, agua potable, y vías de comunicación, que se agravan con frecuencia por el impacto de los caprichos del clima y las prolongadas sequías.

Sus chozas de troncos de árbol, trabadas horizontalmente, salpican las laderas de las montañas a los lados de los arroyos y en las altas mesetas. La parte superior se deja abierta en un lado para que salga el humo del fuego que constantemente arde en la pieza de piso de tierra aplanada. El techo es de tabletas o de troncos acanalados. En sus habitaciones, las mismas desde tiempos precolombinos, no se acostumbran las sillas, las mesas o las camas.
Estilo de vida Tarahumara
Perduran los utensilios de sus abuelos como metates, jícaras, molcajetes, vasijas de barro y bateas. Algunos duermen sobre tarimas o sobre un cuero de chivo en el suelo. No pocos viven en cuevas; las tapias de piedra los guarecen mejor de los vientos y de las lluvias e impiden la entrada a los animales. En las barrancas predominaban las construcciones de piedra y lodo por la escasez de madera. Los hogares, por familia, consisten de dos habitaciones generalmente pero a veces la cocina es también comedor, recamara y sala. La única puerta la abren en el centro del muro.
Generalmente, los tarahumaras tienen carencia de servicios de salubridad y por su mala alimentación los agobian las enfermedades, entre ellas: dispepsias, enteritis agudas, congestiones alcohólicas, cirrosis de hígado, pulmonía, tosferina, tuberculosis pulmonar y sarna.




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